Hay una parte de la clase donde Juanra explica los errores típicos que se suelen cometer según J Montier que es genial y no tiene desperdicio.
Los errores típicos según Montier:
Autoengaño
Antes de invertir es difícil no
caer en el exceso de confianza (sobre
confianza) y pensar que nuestra idea es mejor. No somos precisamente
seguidores del sociólogo Karl Popper cuando afirmaba que para descubrir una
teoría válida hay que pasarse el día buscando ideas en contra y por eso nos
sentimos mucho más cómodos escuchando a la gente que está de acuerdo con
nosotros (sesgo de confirmación) cuando
aporta mucho más lo contrario. Además, nuestro ego nos lleva a concluir con
demasiada facilidad que los aciertos que tenemos son fruto de nuestro talento
mientras que los errores son cúmulos de mala suerte (sesgo de atribución
propia) y finalmente tenemos un poder de sugestión nada despreciable para
auto convencernos que de verdad hubiéramos sido capaces de predecir
determinados acontecimientos del pasado si nos hubiéramos puesto a ello (sesgo
introspectivo). ¿Cuántas veces hemos escuchado frases como: “si estaba
claro que iba a caer” o “que tenía que pasar para que hubieras vendido si
cualquiera lo veía claro?” las personas tendemos a sobre estimar la precisión y
seguridad de nuestras creencias. Prueben a preguntar a la gente que tengan a su
alrededor cuantos creen que conducen mejor que la media, verán sorprendidos
como la gran mayoría (un 85% en España y un 90% en Suecia por ejemplo) creen
que conducen mucho mejor que “la gente”, como si únicamente el 10% que queda
fuera de la afirmación fuera la verdadera media.
Nos creemos lo que nos queremos
creer, que no tiene que coincidir con la verdad (disonancia Cognitiva). Por
eso es muy común infravalorar los riesgos apoyándonos únicamente en rentabilidades
pasadas y en rankings dejando en segundo plano que no hay rentabilidad sin
riesgo y, lo que es ya un clásico, que rentabilidades pasadas no garantizan
rentabilidades futuras. La sensación de seguridad total sólo debe servirnos de
indicador para salir huyendo, aunque si que es cierto que la consistencia en
rentabilidades en un buen indicador aceptado incluso hasta por los críticos del
valor añadido del análisis de fondos. Además, la auto valoración que le damos a
la calidad de nuestra memoria es bastante buena en lugar de ver a nuestras
neuronas como un conjunto de notas manchadas por el café, arrugadas por la
dieta insana o el alcohol y que por lo tanto son difícilmente legibles. El
error, a partir de esta sobre confianza en la calidad de nuestra memoria, nos
lleva a confiar más en nuestra experiencia que en estudios independientes o la
experiencia de otros (efecto regencia). Simmonsohn y sus alumnos en 2004
lo analizaron en su estudio: “el árbol de la experiencia en el bosque de la
información”. Solemos incrementar la probabilidad que le damos a determinados
eventos simplemente porque nos han ocurrido a nosotros e infravalorar las
posibilidades de lo que solamente les ocurre a los demás. Si nos preguntan que
es más fácil, que un americano muera por una tormenta eléctrica o por un ataque
de tiburón, lo más fácil es que contestemos que por culpa del escualo. El
motivo es que estamos acostumbrados a tener la experiencia televisiva de ver las fauces del animal
devorando a una persona, si bien, la realidad nos indica que es 30 veces más
fácil morir electrocutado por un rayo.
Errores en el procesamiento de
la información.
Hablábamos anteriormente de la
importancia que le damos a los ránkings y a las rentabilidades pasadas cuando
hacemos estimaciones futuras. El pasado reciente es mucho más importante que
quinquenios de historia y que incluso el presente. Basta con mirar un mal
resultado de un fondo de inversión en los dos últimos trimestres para afirmar
que 5 años evitando burbujas, preservando capital en bajadas o ganando dinero
hasta con estallidos como el de la crisis subprime sean completamente
insignificantes (errores de predicción).
No obstante vale que el
pasado es historia, pero lo que es más preocupante es que dicho pasado reciente
actúa de “ancla”, y por eso es más importante que el propio presente (efecto
ancla). Los titulares de la prensa especializada, cuando publican
resultados, siempre van orientados a hablar del beneficio del último trimestre,
pero nunca aparece con negrita y en primera plana las expectativas de la
empresa para el trimestre siguiente. El anchoring,
o efecto ancla en español, se manifiesta perfectamente cuando tomamos precios
de referencia de las casas de hace un año y decimos que es chollo invertir en
Real Estate, ahora un 25% más barato, pudiendo ignorar que sigue estando un 75%
más caro que hace cuatro años. Análogamente hablamos de niveles del S&P y
del IBEX 35 sin basarnos en un análisis técnico riguroso con una convicción pseudo
religiosa como si 1.250 ó 8.000 puntos significara algo. El ansia de
anticiparnos nos lleva a dar demasiada importancia a lo último que leemos y a
fijarnos mucho en detalles anecdóticos o curiosos que nos sirven de cómoda
referencia e ignoramos los hechos demostrables y cuantificables.
Cuando la euforia inicial al
comprar apoyados en una referencia supuestamente significativa, no viene
acompañada de rentabilidades en el corto plazo, pasamos primero por una fase de
reafirmación impulsiva de nuestra decisión. Más tarde, si se sufre una pérdida importante,
se suele mostrar una fuerte propensión a vender en cuanto se recuperan los
niveles de compra (aversión miópica a las pérdidas) por positivo que sea
el escenario futuro. Solemos tender a pensar que no son útiles para nuestra cartera
aquellos productos que no entendemos o que no tienen un mensaje comercial
atractivo (visión estrecha).
Estamos tan acostumbrados a
que analistas y auditores nos presenten la información trabajada y de una
manera determinada que no nos es fácil cuestionárnosla o ver lo que ocurre a
través de ella. Si nos dicen que para combatir 600 casos de una epidemia
tenemos dos opciones: una que permitiría salvar a 200 personas y otra con un
tercio de posibilidades de salvar a 600 personas y dos tercios de no poder
salvar a nadie; a la vista de los resultados el 72% de la población elegiría la
primera opción aunque ambas alternativas son idénticas.
Asumimos que la primera de
las alternativas es con un 100% de seguridad cuando no se dice por ningún lado.
La mejor manera de ver cómo nos condiciona el modo en que se nos presente la
información es a través de una tercera alternativa. ¿Adivinan que porcentaje de
la población apoyaría una tercera medida en la que se dijera explícitamente que
implicaría la muerte de 400 personas? Sufrimos de lo que se denomina (ceguera
no intencional). Fracasamos en el reconocimiento de estímulos
significativos, aunque estén delante de nuestras narices, cuando estamos
presionados o realmente preocupados por algo. Simona and Chabris en 1969
realizaron un experimento donde se presionaba a un grupo de gente a estar muy
atentos a un vídeo donde 2 equipos se pasaban un balón entre ellos. Unos iban
vestidos de blanco y otros de negro y se les exhortaba a contar el número de
veces que se pasaban el balón. Curiosamente el 46% de las personas no vio que
en el vídeo aparecía en mitad de la pantalla un gorila golpeándose el trasero (aunque ya no tenga gracia porque saben lo que va a pasar, si quieren ver el experimento está aquí en you tube).
Otra tipología errores a la hora
de procesar información es el conocido como contabilidad mental.
Cuando se producen pérdidas, nos cuesta más deshacer posiciones que cuando
obtenemos ganancias. Es curioso que el pánico llega hasta un punto en el que no
nos importa ni la rentabilidad. Uno es capaz de ver como las acciones de toda
la vida, esos valores que supuestamente son muy sólidos, caen un 75% y no se
fija en algo fundamental. Si mis acciones caen un 75%, o tengo el estómago de
invertir más dinero en esos momentos de cataclismo financiero, o no recuperaré
lo que tenía hasta que los mercados suban un 300% (pérdidas asimétricas). Sthetrin y Statman en 1985
demostraron que los inversores aguantan acciones con pérdidas respecto al valor
de compra y que muestran mayores niveles de ansiedad por vender cuando ganan (efecto
disposición).
Es curiosa una derivada de lo
anterior, conocida como sesgo de aversión a las pérdidas, la psicología
demuestra que la gente odia más las pérdidas que disfruta con las ganancias
obtenidas. La mejor manera de verlo es la siguiente propuesta. Todos tenemos
claro que la probabilidad de que salga cara o cruz es del 50% pero la mayoría
de nosotros nos mostramos reticente a la hora de aceptar juegos y apuestas a
cara o cruz de manera consciente. ¿Cuándo tendríamos que subir la apuesta para
que aceptes a lanzar la moneda? ¿100€ si aciertas por 50€ si fallas? Ahí nos lo
empezamos a pensar. Se estima que necesitamos un exceso de ganancia entre 2 y
2,5 veces para arriesgarnos a perder.
Finalmente la última de las
limitaciones psicológicas es la de representatividad, efecto
consistentemente en no creer en la reversión a la media. Pensar que porque una
compañía ha batido sus expectativas de crecimiento va a seguir haciéndolo. Se
observa frecuentemente como los analistas siempre dan mayores expectativas de
crecimiento a las compañías que más han crecido en los años pasados y
justifican en esto sus estimaciones de mayores tasas de crecimientos de
ingresos para los ejercicios sucesivos, ignorando el efecto de la competencia.
Estado de ánimo
Guilbert y Gill, ya a principios
de este siglo, señalan que somos momentáneamente realistas. Tenemos tendencia a
confiar en nuestra primera reacción emocional y corregir esta respuesta
originaria sólo de modo ocasional y con esfuerzo. Evolutivamente tendemos a
confiar en esa primera impresión y sobre todo en reacciones defensivas.
Imagínense que entra uno en una habitación y ve una serpiente. Lo primero que
hace el cuerpo es dar un salto para atrás, aunque finalmente resulte que en
animal esté dentro de una cristalera. Más vale un falso positivo que un falso
negativo. Es básicamente la misma reacción cuando vemos que un fondo deja de
dar valor liquidativo. Automáticamente deshaces posiciones de cualquier otro
fondo similar simplemente porque, aunque es probable que te equivoques, más
vale errar por defensivo que decidir no hacer nada y estar equivocado, aunque
la probabilidad sea mucha menor. Además de ser momentáneamente realistas, somos
realmente lentos a la hora de cambiar nuestras creencias, aunque la realidad
nos demuestre lo contrario (conservadurismo). Ante las primeras caídas
nos decimos que es un momento de debilidad transitorio y que hay que
incrementar la posición, luego nos reafirmamos diciendo que no pasa nada y que
ya rebotará y ganaré el doble. Pasamos a la fase de incredulidad y nos
repetimos que no nos lo podemos creer y tenemos que perder hasta la camisa para
vender y proclamar que nunca más volveremos a invertir. Esto puede agudizarse
cuando, ante un escenario de fuertes caídas continuadas, el inversor decide
mantener fanáticamente la inversión a la espera de un rebote que no acaba de
llegar, todo ello por no reconocer su error (aversión
al arrepentimiento).
Influencia social
Hay una realidad a no olvidar y
que no nos gusta asumir. Desde nuestra más tierna infancia en una gran medida
aprendemos copiándonos los unos a los otros. Nuestras inseguridades o la falta
de formación ante nuevos entornos nos llevan a fijarnos en los que a priori
pensamos que tienen más experiencia o aparentan mayores conocimientos y tomar
como referencias su conducta para sobre ellas empezar a actuar. A pesar de años
en la universidad, formación de postgrado y cierta experiencia laboral, lo
cierto es que en el ejercicio de nuestra profesión nos informamos a través de
los mismos medios de comunicación, tenemos las mismas fuentes de información,
asistimos a las mismas conferencias y pasamos mucho tiempo intercambiando ideas
con nuestros colegas profesionales. No queremos aceptarlo, pero el entorno nos
condiciona enormemente a la hora de analizar las inversiones (efecto rebaño)
y es el fundamento de la generación de burbujas. Desde la de los tulipanes en el año 1637 o la tecnológica o la inmobiliaria recientemente se han
producido, se están produciendo y se volverán a producir. El único interrogante
es el cuándo. Nos condicionan muchísimo las modas y lo que hagan o dejen de
hacer los demás ¿Qué haría el inversor común si se entera que todos su
conocidos van a vender un valor que él tiene en cartera? (mimetismo y milema
del prisionero). Este es el fundamento de lo que ha ocurrido con la crisis
de liquidez que han vivido los mercados crediticios y que ha llevado a los que
no eran realmente fondos de retorno absoluto con los controles de riesgos
operacionales y de liquidez necesarios a tener que suspender el valor
liquidativo. Hasta que punto llega el condicionamiento social que incluso
cuando tenemos planificado vender a un determinado nivel y nos repetimos que si cae por ejemplo un 10% un determinado título lo venderemos, llegado el nivel
nos tiembla la mano y lo dudamos. Mientras que sobredimensionamos la duración y
la intensidad que van a tener sobre nosotros determinados acontecimientos
futuros, como si nos dejara nuestra pareja o si tenemos unos resultados muy
malos un años (sesgo de impacto), estamos demasiado convencidos que
haremos lo que deberíamos de hacer en el futuro (brecha de empatía). Existe
un margen muy importante entre hacer lo que deberíamos y lo que realmente
hacemos.
Si hay algo peor que perder
dinero es precisamente tener que dar explicaciones en casa. Los psicólogos han
demostrado que las personas se sienten peor cuando sufren pérdidas en valores
desconocidos. Cuando uno pierde un 70% lo pierde igual ya sea la joya de la
corona del IBEX o el más pequeño de los valores cotizados, pero es curioso que
si se trata de uno de esos bancos o empresas de telecomunicaciones de toda la
vida, somos capaces de sugestionarnos hasta el punto de pensar que no pasa
nada. Ignoramos lo que comentábamos anteriormente que cuando caemos un 75%,
tendremos que ver en la portada de los periódicos que los mercados suben un
300% para recuperar el mismo dinero que teníamos al principio de la caída. No
tan increíble como cierto. En estas situaciones hay ser más fríos que nunca y
asumir que lo que ha ocurrido es un coste pasado e irrecuperable (coste no
recuperable) y que su decisión futura no puede ni debe basarse en el
pasado. Son el actual coste de oportunidad y el perfil de riesgo los parámetros
que deben condicionar los cambios en la cartera de fondos de inversión. (aversión
al lamento).